17/12/11
Charles Chaplin y la humana sonrisa
30/11/11
Tennessee Williams y el deseo arrollador
Su verdadero nombre fue Thomas Lanier Williams III. Representó obras en Broadway, que fueron llevadas rápidamente al cine. Retrató a pequeñoburgueses marginados y fracasados de la sociedad sureña estadounidense, agobiados por el alcohol y una oscura carga de fracaso sexual, temas que, se sugiere, encarnan parte de su vida.
En sus escritos tuvo un peso enorme el teatro de Strindberg, Chéjov y O’Neill; las obras de Lawrence y Faulkner; su propia vida.
Oscilando en las 50 obras, el teatro de Williams hace acopio de las propuestas estéticas ya refrendadas por el simbolismo de O’Neill y las muestra bajo una lente menos simbólica y más apegada a sucesos cotidianos presentados con una fuerte carga de un pasado que marca.
A streetcar named desire (Un tranvía llamado deseo), narra la historia de una mujer sumisa que convive con su esposo dominante. Una hermana de ella, para nada conservadora (desequilibrada y alcohólica) llega a cambiarles la vida.
Stella Kowalski, de carácter sumiso y conservador, sueña con horizontes desconocidos pero su consuetudinaria obligación marital le muestra los límites de su existencia.
Stanley Kowalski, hombre dominante, marido de Stella, siente un irresistible deseo hacia su cuñada Blanche que está de visita, al extremo de que, suponemos, llega a violarla.
Blanche du Bois, alcohólica, con un pasado turbio, llega a Nueva Orleans para intentar redimir una parte de su vida; todo esto sin conseguirlo.
El deseo como metáfora de la existencia es uno de los temas más evidentes en esta obra. El deseo, la pasión humana por antonomasia.
Es necesario no soslayar el encuentro chocante entre dos clases sociales: un proletario con la masculinidad sobrecargada y una imitadora de burguesa que posee un pasado que la condena. Extraño pero no improbable dueto.
Cat on a hot tin roof (La gata sobre el tejado de zinc caliente), nos sumerge en la desdicha de dos seres insatisfechos que son condenados a permanecer juntos.
Brick, un ex deportista, ha buscado refugio en el alcohol debido a la muerte de un amigo con el cual guardaba una estrecha y secreta amistad. Margaret, su mujer, lucha porque el amor de éste, intentado que abandone su pasado.
Gooper, es el hermano de Brick, personaje que jalonea la obra hacia los predios de la ambición ya que muestra su interés por la plantación del padre. Es llamativa la imagen de Edith, mujer de Gooper, en cuyas palabras resuenan ecos de Lady Macbeth.
El abuelo, padre de Brick y Gooper, está enfermo de cáncer y decide en contra de toda lógica depositar su herencia en el alcohólico de la familia, por lo cual, al converger todos estos personajes, se produce una polémica con tintes de inminente contienda.
La avaricia, el pasado como tormento, el amor que lucha pese a no ser correspondido, el alcohol como método de evasión, son los temas recurrentes de Tennessee Williams en esta obra ejecutada magistralmente hacia la perfección.
En comparación con Un tranvía llamado deseo, tendríamos:
El pasado como tormento y el alcohol como método de evasión:
En Brick, quien luego de la muerte del amante (un ex compañero de deportes) no deja de pensar en su supuesta culpa.
En Blanche (de Un tranvía…) y su afán de redimirse.
El amor que lucha frente a la no correspondencia:
En Margaret, quien pretende hacer olvidar a Brick del amor que sentía por su amigo muerto.
En Stella (de Un tranvía…), quien ama y sufre por Stanley a pesar de sus maltratos.
Y en una comparación extraliteraria, juntándola a la canónica Deseo bajo los olmos de O’Neill:
La avaricia.
La desesperación de Gooper y Edith por hacerse con la herencia en correspondencia con el deseo de posesión en Eben y Abbie (en Deseo bajo los olmos) por la propiedad del viejo patriarca.
En referencias temáticas esta obra de Williams se complementa con ya aludida y se alimenta de la tradición teatral temática de O’Neill, de quien se sirve para elevar la avaricia y ambición hacia una categoría de lecturas más complejas.
3/11/11
Roberto Arlt entre la turba de desesperados
Nunca fue dócil en los estudios formales. Pero se capacitó frecuentando las bibliotecas y nutriéndose de los rusos, de Gorki, Tolstoi y especialmente de Dostoievski.
Trabajó como secretario de Ricardo Güiraldes; fue periodista; fue amigo de Onetti.
De Dostoievski aprendió a retratar a los marginales. Sus temas de carácter urbano desfilan desde la incomodidad existencial hasta una suerte de denuncia social.
Como a sus personajes, la vida no lo trató bien.
Debido a una falla cardiaca, su corazón dejó de palpitar el 26 de julio de 1942.
En tránsito entre la novela social y el existencialismo, Los siete locos (1929), retrata la Argentina de comienzo de siglo, y su imaginación la forja a partir de personajes bautizados (de pensamiento) en una élite secreta con pretensiones de visionarios que se disponen a modificar el rumbo de la historia por medio de empresas amorales.
Contada desde un punto de vista objetivo, del narrador sólo se podrá conocer que es amigo de Erdosain y que éste, en la estancia que pasó en su casa, le confesó la historia que narra.
De esta forma conocemos la historia de este curioso personaje y la turba de exasperados que navegan en contra de la moral para hallar un lugar en el mundo. La narración se centra en la mirada de Erdosain, y sus ilusorias realidades perpetradas en estado de vigilia, por medio de las cuales juzga y juzgamos a los demás personajes.
Remo Augusto Erdosain, de tendencia metafísica y con profundos problemas existenciales, se ve acosado por una vida para nada gratificante (deudas, merecidas inculpaciones por fraude, el abandono frontal de su esposa, que huye con otro hombre delante de sus ojos) que lo impulsa a cometer desliz tras desliz (robar o conspirar muertes).
El Astrólogo es un visionario que lidera la secreta logia que cambiará el mundo con un estrafalario proyecto que inicia con el control del negocio de los burdeles. En esta trayectoria de buscar adeptos que se conviertan a su fe redentora y amoral, se topa con Erdosain a quien jalonea a su costado, pero quien se incluirá por motivos para nada concernientes a alguna revolución que modifique la sociedad, sino que obrará por simple inercia y por el afán vengador de ver aniquilado a su antagonista de amores.
La obra explora los límites de la moral, de la soledad y la angustia ante la existencia, del hombre enmarcado en el contexto social al que Arlt pretende denunciar.
Los conflictos interiores de Erdosain catapultan la impronta temática de la obra hacia una estatura universal.
Roberto Arlt, claramente influenciado por Dostoievski, desarrolla los temas recurrentes de su narrativa por medio de personajes marginales de la urbe, generalmente pequeños burgueses cargados de conflictos internos y degradados por una moral que choca en valores contrapuestos de una sociedad desigual. Tal como Erdosain o como el Astrólogo, cada uno con sus rasgos peculiares y ubicados en su esquina respectiva son enlazados por un giro del destino que los acogerá en el culmen de las más bajas y fétidas acciones.
La arquitectura de la novela es descuidada en alabanza al desarrollo de los temas, y la calidad formal de la obra queda relegada ante la maestría de narrar de Arlt.
Obra dispareja formalmente. Obra de profundas implicaciones humanas en su temática.
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Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
[…]
Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.
[…]
Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.
[…]
De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:
“El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.”
No, no y no.
Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.
Roberto Arlt
Palabras introductorias a Los lanzallamas, continuación de la novela Los siete locos.
13/10/11
Antonio Vivaldi, El placer
Quizá el tiempo lo demandó así. Quizá la cultura de los nobles en la Europa de principios del siglo XVIII haya requerido la música alejada de las grandes pasiones que atormentan el alma humana y someterse al imperio de lo estético, al sublime mundo de la contemplación. Y él, a diferencia de Bach, se doblegó a los caprichos del tiempo.
Las obras de Vivaldi poseen un afectado virtuosismo que se hace patente en cada concatenación de notas. No obstante, este hecho no merma su maestría. Su capacidad formal de estructurar las obras lo convierte en un creador con nociones innovadoras y en lo posterior poderosamente influyentes.
Il prete rosso, como fue llamado, ha pasado a los pedestales de la fama histórica por los primeros cuatro conciertos (Cuatro estaciones) de los doce que completan Il cimento dell’armonia e dell’invenzione, conjunto de creaciones que le acreditan un lugar en las páginas de la música y del arte. La propuesta de estos cuatro conciertos es la contemplación. Se representan situaciones arquetípicas de cada estación del año y se les encumbra con violoncelos y violines y demás instrumentos de cuerda, en conciertos de carácter marcadamente descriptivos.
La obra es programática y de una riqueza formal altamente cuidada, pues pretende imitar la naturaleza. De esta manera la magia musical del virtuoso Vivaldi a través del violín o del violoncelo nos hace sentir el trino de los pájaros, los ladridos de canes, los zumbidos de las moscas, la modorra o el frío con una intensidad tal que su obra rebasa los estándares habituales con los cuales suele coronarse al arte.
Pero quiero ocuparme aquí de una obra menos alabada de Vivaldi, y que aunque oculta tras sus cuatro primeras y grandes hermanas no es de menor estatura que las demás. Me refiero al concierto ubicado en la escala Nº 6 del Catálogo Ryom de Il cimento dell’armonia e dell’invenzione, más conocido como Il piacere.
Entre todas las Ouvertures oídas por mí no encuentro más que a un tal Vivaldi veneciano que haya dicho algo en sinfonía; ha descrito en un gran concierto de violines las cuatro estaciones del año.
Angelo Goudar
9/10/11
Walt Whitman, el hombre que aprendió a cantar
El poeta que sacudiría la literatura de su época del letargo antiquísimo en el cual se empozó la poesía universal, no fue ningún académico ni tampoco pisó academias; fue un pobre diablo de las letras, vástago de una aldea de New York.
Fue maestro en zonas rurales. Fue periodista y constructor. Asiste a los heridos en la Guerra de Secesión. Entre su vida ofuscada lee a los clásicos con devoción y entrega. Escribe poesía.
Su pensamiento se nutrió de ideas liberales, en contraposición al hierático conservadurismo y puritanismo consolidados en los valores tradicionales, y en este caos de doctrinas decadentes Whitman se alzó como el máximo punto de la lírica de su país.
Forjó una obra audaz que, como tantas de las grandes creaciones, fue prohibida en su tiempo; obra que podría llamarse única y progresiva. Fue el conjunto de poesías intitulado Leaves of Grass.
Redescubrir lo que somos como humanos no es tarea sencilla. Whitman lo intentó con resultados satisfactorios. Posará en la cumbre de las mentes lúcidas que ha concebido el azaroso universo.
__________
He escuchado lo que los charlatanes decían, la charla del principio y la del final;
Pero yo no hablo del principio ni del final.
Jamás existió otro comienzo que este de ahora,
Ni más juventud ni vejez que la de hoy;
Y jamás existirá otra perfección que la de ahora,
Ni otro paraíso ni otro infierno que este de hoy.
[…]
Elaborar no tiene importancia, sabios o necios lo realizan por igual.
Firmes en el más sólido convencimiento, aplomados en su probidad, bien aferrados, abrazados a las vigas,
Recios como potros, amorosos, arrogantes, eléctricos, Yo y este misterio, henos aquí de pie.
[…]
Confluyen en este tercer fragmento un remolino de conceptos filosóficos que influyen en el devenir humano. Así, desde un principio cosmogónico («pero yo no hablo del principio ni del final»), pasa por el cielo y el infierno, los instintos, la lucha de contrarios, la pureza, la historia («Mostrando lo mejor y, apartándolo de lo peor, el tiempo hostiga al tiempo», aunque esto suene tan apodíctico no es tan veraz como aparenta), hasta llegar al más pequeño de los órganos del cuerpo y a las más sencillas relaciones humanas.
16
Soy del anciano y del joven, del necio tanto como del sabio;
Negligente con unos, siempre respetuoso con los otros,
Maternal tanto como paternal, un niño tan bien como un hombre,
La sustancia de que colmado estoy es grosera y la sustancia de esa sustancia es refinada;
[…]
Un sureño tanto como un norteño- un plantador indolente y hospitalario, junto al Oconee donde vivo;
[…]
En mi hogar, en las colinas de Vermont, o en los bosques del Maine, o viviendo en un rancho de Texas;
Camarada de los californianos camarada de las gentes libres del Noroeste (enamorado de sus esbeltas proporciones),
Camarada de los jangaderos y de los carboneros, camarada de los que estrechan las manos dando la bienvenida e invitan a comer y beber;
Un aprendiz con los más simples, un maestro para los más aventajados;
[…]
Y no estoy encaramado, ocupo siempre mi lugar.
[…]
Canto al ser humano en su más pura esencia. Whitman trata de unirse a todo, a todos, y la respuesta es ser como todos y a la vez mejor. Paradoja que trata de resolver el poeta aprendiendo de los simples e instruyendo a los sabios. No se trata de vano orgullo. Sólo está en su lugar.
17
Estos son realmente los pensamientos de todos los hombres en todas las edades y en todos los pueblos, no son originalmente míos;
Si ellos no son también tan suyos como míos, no son más que nada, o casi nada;
Si ellos no son el enigma, y la clave del enigma, tampoco son nada;
Si ellos no son tanto lo inmediato, como lo distante, nada son.
Esta es la hierba que brota donde quiera que haya tierra, y agua;
Este es el aire común que baña el globo.
La universalidad de la poesía de Whitman está en su mirada abarcadora, que otea vastos horizontes. Una suerte de panfilosofía para nada mística, sino terrenal; un sincretismo de todas las facetas y modelos del pensamiento humano; una especie de epifanía en el encuentro consigo mismo por medio de una actitud de unión universal que Whitman trata de velarnos pero que al mismo tiempo nos hace un guiño: ahí está dentro del ser mismo, no afuera.
Unión intemporal con el ser humano. Identificación universal con el ser humano. Whitman en uno de sus momentos más elevados.
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«Whitman […] es impersonal; abarca la multitud, las masas, los grandes enjambres de la humanidad. Sus ojos están constantemente puestos en lo potencial, en el divino potencial que hay en el hombre. […] Whitman tiene la facultad de contemplarlo todo, sea divino o satánico, como parte de la incesante corriente heraclitiana. No hay fin, no hay principio. Un viento alto y firme sopla a través de sus poemas. Su visión tiene una cualidad sanadora.»
Henry Miller
«No tiene otro título ni rótulo a la puerta.
No es doctor
ni reverendo
ni maese…
No es un misionero tampoco.
No viene a repartir catecismos ni reglamentos,
ni a colgarle a nadie una cruz en la solapa.
Ni a juzgar:
ni a premiar
ni a castigar.
Viene sencillamente a cantar una canción.»
León Felipe