30/11/11

Tennessee Williams y el deseo arrollador


Su verdadero nombre fue Thomas Lanier Williams III. Representó obras en Broadway, que fueron llevadas rápidamente al cine. Retrató a pequeñoburgueses marginados y fracasados de la sociedad sureña estadounidense, agobiados por el alcohol y una oscura carga de fracaso sexual, temas que, se sugiere, encarnan parte de su vida.

En sus escritos tuvo un peso enorme el teatro de Strindberg, Chéjov y O’Neill; las obras de Lawrence y Faulkner; su propia vida.

Oscilando en las 50 obras, el teatro de Williams hace acopio de las propuestas estéticas ya refrendadas por el simbolismo de O’Neill y las muestra bajo una lente menos simbólica y más apegada a sucesos cotidianos presentados con una fuerte carga de un pasado que marca.

A streetcar named desire (Un tranvía llamado deseo), narra la historia de una mujer sumisa que convive con su esposo dominante. Una hermana de ella, para nada conservadora (desequilibrada y alcohólica) llega a cambiarles la vida.

Stella Kowalski, de carácter sumiso y conservador, sueña con horizontes desconocidos pero su consuetudinaria obligación marital le muestra los límites de su existencia.

Stanley Kowalski, hombre dominante, marido de Stella, siente un irresistible deseo hacia su cuñada Blanche que está de visita, al extremo de que, suponemos, llega a violarla.

Blanche du Bois, alcohólica, con un pasado turbio, llega a Nueva Orleans para intentar redimir una parte de su vida; todo esto sin conseguirlo.

El deseo como metáfora de la existencia es uno de los temas más evidentes en esta obra. El deseo, la pasión humana por antonomasia.

Es necesario no soslayar el encuentro chocante entre dos clases sociales: un proletario con la masculinidad sobrecargada y una imitadora de burguesa que posee un pasado que la condena. Extraño pero no improbable dueto.

Cat on a hot tin roof (La gata sobre el tejado de zinc caliente), nos sumerge en la desdicha de dos seres insatisfechos que son condenados a permanecer juntos.

Brick, un ex deportista, ha buscado refugio en el alcohol debido a la muerte de un amigo con el cual guardaba una estrecha y secreta amistad. Margaret, su mujer, lucha porque el amor de éste, intentado que abandone su pasado.

Gooper, es el hermano de Brick, personaje que jalonea la obra hacia los predios de la ambición ya que muestra su interés por la plantación del padre. Es llamativa la imagen de Edith, mujer de Gooper, en cuyas palabras resuenan ecos de Lady Macbeth.

El abuelo, padre de Brick y Gooper, está enfermo de cáncer y decide en contra de toda lógica depositar su herencia en el alcohólico de la familia, por lo cual, al converger todos estos personajes, se produce una polémica con tintes de inminente contienda.

La avaricia, el pasado como tormento, el amor que lucha pese a no ser correspondido, el alcohol como método de evasión, son los temas recurrentes de Tennessee Williams en esta obra ejecutada magistralmente hacia la perfección.

En comparación con Un tranvía llamado deseo, tendríamos:

El pasado como tormento y el alcohol como método de evasión:

En Brick, quien luego de la muerte del amante (un ex compañero de deportes) no deja de pensar en su supuesta culpa.

En Blanche (de Un tranvía…) y su afán de redimirse.

El amor que lucha frente a la no correspondencia:

En Margaret, quien pretende hacer olvidar a Brick del amor que sentía por su amigo muerto.

En Stella (de Un tranvía…), quien ama y sufre por Stanley a pesar de sus maltratos.

Y en una comparación extraliteraria, juntándola a la canónica Deseo bajo los olmos de O’Neill:

La avaricia.

La desesperación de Gooper y Edith por hacerse con la herencia en correspondencia con el deseo de posesión en Eben y Abbie (en Deseo bajo los olmos) por la propiedad del viejo patriarca.

En referencias temáticas esta obra de Williams se complementa con ya aludida y se alimenta de la tradición teatral temática de O’Neill, de quien se sirve para elevar la avaricia y ambición hacia una categoría de lecturas más complejas.

3/11/11

Roberto Arlt entre la turba de desesperados

Roberto Arlt nació en Argentina, y con su obra abrió paso a la literatura americana de la primera mitad de siglo.

Nunca fue dócil en los estudios formales. Pero se capacitó frecuentando las bibliotecas y nutriéndose de los rusos, de Gorki, Tolstoi y especialmente de Dostoievski.

Trabajó como secretario de Ricardo Güiraldes; fue periodista; fue amigo de Onetti.

De Dostoievski aprendió a retratar a los marginales. Sus temas de carácter urbano desfilan desde la incomodidad existencial hasta una suerte de denuncia social.

Como a sus personajes, la vida no lo trató bien.

Debido a una falla cardiaca, su corazón dejó de palpitar el 26 de julio de 1942.


En tránsito entre la novela social y el existencialismo, Los siete locos (1929), retrata la Argentina de comienzo de siglo, y su imaginación la forja a partir de personajes bautizados (de pensamiento) en una élite secreta con pretensiones de visionarios que se disponen a modificar el rumbo de la historia por medio de empresas amorales.

Contada desde un punto de vista objetivo, del narrador sólo se podrá conocer que es amigo de Erdosain y que éste, en la estancia que pasó en su casa, le confesó la historia que narra.

De esta forma conocemos la historia de este curioso personaje y la turba de exasperados que navegan en contra de la moral para hallar un lugar en el mundo. La narración se centra en la mirada de Erdosain, y sus ilusorias realidades perpetradas en estado de vigilia, por medio de las cuales juzga y juzgamos a los demás personajes.

Remo Augusto Erdosain, de tendencia metafísica y con profundos problemas existenciales, se ve acosado por una vida para nada gratificante (deudas, merecidas inculpaciones por fraude, el abandono frontal de su esposa, que huye con otro hombre delante de sus ojos) que lo impulsa a cometer desliz tras desliz (robar o conspirar muertes).

El Astrólogo es un visionario que lidera la secreta logia que cambiará el mundo con un estrafalario proyecto que inicia con el control del negocio de los burdeles. En esta trayectoria de buscar adeptos que se conviertan a su fe redentora y amoral, se topa con Erdosain a quien jalonea a su costado, pero quien se incluirá por motivos para nada concernientes a alguna revolución que modifique la sociedad, sino que obrará por simple inercia y por el afán vengador de ver aniquilado a su antagonista de amores.

La obra explora los límites de la moral, de la soledad y la angustia ante la existencia, del hombre enmarcado en el contexto social al que Arlt pretende denunciar.

Los conflictos interiores de Erdosain catapultan la impronta temática de la obra hacia una estatura universal.

Roberto Arlt, claramente influenciado por Dostoievski, desarrolla los temas recurrentes de su narrativa por medio de personajes marginales de la urbe, generalmente pequeños burgueses cargados de conflictos internos y degradados por una moral que choca en valores contrapuestos de una sociedad desigual. Tal como Erdosain o como el Astrólogo, cada uno con sus rasgos peculiares y ubicados en su esquina respectiva son enlazados por un giro del destino que los acogerá en el culmen de las más bajas y fétidas acciones.

La arquitectura de la novela es descuidada en alabanza al desarrollo de los temas, y la calidad formal de la obra queda relegada ante la maestría de narrar de Arlt.

Obra dispareja formalmente. Obra de profundas implicaciones humanas en su temática.

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Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

[…]

Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

[…]

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.

[…]

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

“El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc.”

No, no y no.

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.

Roberto Arlt

Palabras introductorias a Los lanzallamas, continuación de la novela Los siete locos.